Cuenta la leyenda que, tras la muerte de un ser que acumulase una enorme pena o desgracia, los sentimientos siguen flotando en el ambiente, castigando a todo aquel que se cruza con este mal. Erika Yamada conocía la historia, tantas veces narrada por sus padres cuando la situación se prestaba a ese clásico cuento asustadizo por el que los niños se apresuran a dormir cuando se van a la cama. Nunca le dio demasiada importancia, segura como estaba que todo era una simple patraña con la que maltratar a unos pobres niños que creen todo cuanto sale de la boca de los mayores. Erika sale de trabajar, se cambia de ropa, toma un ligero tentempié y decide, como todas las tardes, salir de paseo con su inseparable compañero cuadrúpedo ladrador, que lleva todo el día esperando este momento.
Quizás es por ello que hoy está especialmente nervioso, tirante. No hace caso a las órdenes, un hecho que a Erika le resulta molesto baja la fina capa de lluvia que cae hoy sobre la ciudad. Si lo piensa durante unos instantes también percibirá una densa capa de bruma que rodea por completo la ciudad. Un brusco cambio de tiempo que ya no sorprende a nadie. Anda perdida la protagonista en estas divagaciones cuando el perro comienza a ladrar de súbito, dirigiéndose hacia una esquina perdida en tinieblas donde apenas se puede vislumbrar una tenue luz de fondo. El can comienza a alterarse cada vez hasta que finalmente se introduce por el agujero, lo que inevitablemente arrastra a la pobre trabajadora a acudir tras de él con el único objetivo de rescatarle antes de que algo malo suceda.
Erika empieza a andar ignorante del futuro que le aguarda. Los mismos cuentos que no creía cuando era pequeña se convierten en realidad de súbito, sin avisar, como sin importar lo más mínimo el estado de salud de la víctima. Cuando abre los ojos, Erika se encuentra en el interior de una extraña casa abandonada. Puede escuchar los ladridos del perro al otro lado del lugar donde se encuentra, pero la puerta que le separa de su mascota no parece tener la menor intención de abrir. La primera vez que Erika trata de empujar uno de los laterales la figura de un niño descompuesto aparece en pantalla dejando tras de sí un sordo alarido de terror que, dicho sea de paso, apenas logra crear la tan ansiada ansiedad asustadiza de estas situaciones. Cuando el niño desaparece la puerta se cierra, esta vez con llave. No queda otro remedio que buscarla.
Maldición imperecedera
La historia de Ju-On en la consola de sobremesa de Nintendo no requiere especial presentación, sobre todo si se tiene en cuenta la repercusión que ha adquirido el juego a medida que transcurre el tiempo desde el anuncio oficial de salida. Una revista japonesa ofrecía varias imágenes, así como también algo de información, sobre un proyecto que sería exclusivo de Wii donde primaría la aventura en primera persona. El título de este proyecto pasaría a conocerse como ‘Feel’ para poco más tarde pasar a convertirse en un nuevo capítulo de las películas dirigidas por Takashi Shimizu. De tres cintas que el director ha trabajado siguiendo esta línea sólo la tercera –y hasta el momento última- ha logrado destacar en el mercado cinematográfico.
Considerada una de las películas abanderadas de la generación de terror que conocía el cine japonés hace cuestión de años, La Maldición siempre ha encontrado su mayor aliciente en la peculiar puesta en escena que el director imprime a sus obras. En ninguna encontraremos un elemento realmente innovador, original, siquiera se podría decir merecedor de nuestra atención. No obstante es fácil sentirse atraído por el concepto, si bien no todo el mundo es capaz de apreciar el terror psicológico que supone encontrar una docena de veces a la misma niña del inframundo con su pijama y pelo enmarañado. La ambientación es el punto que más destaca de una obra que se ha enfocado como una aventura de exploración antes que de acción, con todo lo que esto conlleva.